La Pasión y Muerte de Jesús: Amor que lo entrega Todo


Cada vez que llega la Semana Santa, no puedo evitar detenerme. Algo dentro de mí se silencia. Es como si el alma se pusiera de pie, conmovida ante el amor tan grande que Dios nos ha mostrado en la cruz. No es solo una historia que aprendí de niño, ni una tradición que repetimos cada año. Es algo vivo. Algo que me interpela.

¿Cómo no estremecerse ante un amor que se deja clavar en una cruz por ti?

La pasión y muerte de Jesús no son un capítulo triste en la historia del cristianismo, son el corazón mismo de nuestra fe. En ese sufrimiento no hay rastro de rencor ni de resignación. Hay entrega. Hay compasión. Hay perdón. Jesús no fue víctima de las circunstancias: Él mismo lo dijo, “nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente” (Juan 10,18). Y la dio… por amor.

A veces me pregunto: ¿cuántas veces paso de largo por ese amor? ¿Cuántas veces me acostumbro a ver el crucifijo sin dejar que me toque el alma?

Cuando Jesús carga la cruz, está cargando también con nuestras penas, nuestras heridas, nuestros pecados. Lo dice Isaías de forma conmovedora: “Él soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestras dolencias” (Isaías 53,4). Y aún así, no respondió con odio ni venganza. En medio del dolor, pronunció palabras que desarman el corazón: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34).

Su pasión nos revela algo que cambia todo: que Dios no es ajeno a nuestro dolor. Que ha pasado por la traición, el abandono, la injusticia y el sufrimiento físico más cruel… para abrazarnos incluso en nuestras peores noches. No hay cruz humana que Él no haya hecho suya.

Y cuando todo parecía perdido, cuando la muerte sellaba la tumba, Dios respondió con vida. La cruz no fue el final. Fue el camino a la resurrección. Y por eso, los cristianos no vemos la cruz como símbolo de derrota, sino de victoria. Como decía San Pablo: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado… poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1,23-24).

La cruz me recuerda que el amor verdadero no huye del dolor, sino que se queda, se entrega, y redime. Y que en medio de mis propias caídas y sufrimientos, no estoy solo.

Esta Semana Santa, quiero volver a mirar la cruz no con los ojos de la costumbre, sino con el corazón abierto. Quiero dejarme amar por ese Cristo que lo dio todo por mí. Y responder, aunque sea con pequeños gestos, con un amor que se parezca al suyo.


                                                                                                                  Walter Amoros

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Comunicado ante la Masacre en Pataz

Alberto Fujimori