Mario Vargas Llosa: El arte de escribir hasta el último aliento
Hoy nos deja Mario Vargas Llosa y, con él, se apaga una voz que hizo del idioma español un universo vibrante, valiente y contradictorio. Lo conocimos como novelista, lo discutimos como intelectual, y lo admiramos –o no– como figura pública. Pero sobre todo, lo leímos. Y eso basta para comprender que no se trataba de un hombre cualquiera.
Recuerdo la primera vez que lo leí: Conversación en La Catedral. Aún no entendía del todo la historia, pero sí el peso de esa pregunta inolvidable que da inicio a la novela: “¿En qué momento se jodió el Perú?” Una línea que es más que literatura; es una interpelación, una cachetada de realidad que trasciende fronteras.
Vargas Llosa no escribía para complacer. Escribía para decir lo que pocos se atrevían, para mostrar la podredumbre detrás de la autoridad, para desenmascarar los mecanismos del poder y del deseo. Era capaz de sumergirse en la mente de un dictador o de retratar el erotismo más intenso, sin nunca perder la elegancia narrativa que lo consagró.
Polémico, sí. Coherente o contradictorio, depende de quién lo mire. Pero jamás indiferente. La vida pública le otorgó enemigos, pero también respeto. Como él mismo dijo alguna vez: “La literatura es fuego. Es la denuncia de una realidad que es, para el escritor, inaceptable.”
Hoy nos queda el consuelo de que Vargas Llosa vivió como escribió: con pasión, con rabia, con lucidez. Sus libros no serán epitafios, sino puertas siempre abiertas a mundos que ya no se escriben así de bien.
Descanse en paz el último gran narrador del boom latinoamericano. Su muerte duele, pero su legado es eterno.
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