Perú: El desafío de elegir a un presidente que mire más allá del poder


El Perú vive una etapa decisiva. La política se ha convertido en un tablero de crisis permanentes: presidentes destituidos, congresos fragmentados y una corrupción que carcome la confianza ciudadana. Cada cambio de gabinete, cada escándalo judicial, es un recordatorio de que nuestro problema no es solo quién gobierna, sino cómo gobernamos.

En las calles, la realidad social golpea con igual fuerza. Hemos retrocedido en el Índice de Progreso Social; millones de peruanos carecen de agua potable, salud de calidad o educación digna. La pobreza vuelve a crecer en las ciudades y la inseguridad es el temor diario de las familias. No es extraño que la palabra más repetida en encuestas sea desencanto.

Frente a este escenario, surge una pregunta inevitable: ¿qué tipo de presidente necesitamos?
La respuesta no está en los discursos encendidos ni en las promesas de campaña que se evaporan a los pocos meses. El Perú requiere un líder que encarne honestidad, capacidad técnica y sensibilidad social. Un presidente que no vea el cargo como un trofeo, sino como un servicio.

Ese perfil exige varias cualidades.
Primero, integridad absoluta: alguien cuya trayectoria no arrastre sombras de corrupción, dispuesto a transparentar cada decisión y cada sol del presupuesto.
Segundo, capacidad de diálogo: un negociador que pueda tender puentes entre un Congreso dividido, las regiones olvidadas y un país que desconfía de sus autoridades.
Tercero, visión de largo plazo: políticas que no solo reactiven la economía, sino que cierren brechas en salud, educación, agua y oportunidades.
Y, por supuesto, experiencia real: gestión probada en el sector público, privado o en organismos internacionales, con resultados visibles y contacto directo con la diversidad de nuestro territorio.

No hablamos de un salvador, sino de un gestor de consensos. Alguien que entienda que gobernar el Perú implica mirar a Lima, pero también a la Amazonía, los Andes y la costa olvidada. Un presidente que sepa que la fortaleza de un país no se mide solo en cifras de crecimiento, sino en la dignidad de su gente.

El próximo proceso electoral será una nueva prueba para nuestra democracia. Dependerá de nosotros, los ciudadanos, exigir más que frases efectistas: exigir honestidad, preparación y un verdadero compromiso con el bien común.
Porque solo así, el Perú dejará de buscar presidentes para empezar a elegir estadistas.

La fuerza de un voto informado

La importancia de una buena elección no puede subestimarse. Un solo voto, consciente y responsable, puede marcar la diferencia entre repetir los errores del pasado o abrir el camino hacia un país más justo.
Para lograrlo, informarse es la primera tarea: comparar planes de gobierno, revisar antecedentes de los candidatos, exigir debates claros y transparentes.
El segundo paso es participar activamente: cuestionar, preguntar, debatir y no dejarse seducir por promesas vacías o mensajes de odio.
Finalmente, se trata de votar con convicción, no por miedo ni costumbre.

El poder de cambiar el destino del Perú está en nuestras manos. Elegir bien no es solo un derecho: es la mayor responsabilidad que compartimos como ciudadanos 

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