El Perú que se desmorona: Crónica del abandono de nuestro patrimonio
Visité Huaraz este fin de
semana aprovechando las fiestas. Entre la algarabía y los platos típicos,
decidí hacer una parada en Chavín de Huántar, ese sitio que nos enseñaron en el
colegio como la cuna de una de las civilizaciones más antiguas de América. Lo
que encontré me dejó helado: un Patrimonio de la Humanidad en total abandono,
con estructuras expuestas a las lluvias, galerías que se desmoronan, y una
sensación generalizada de que a nadie le importa.
Chavín de Huántar, declarado
Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985, recién recibió su primera
intervención importante del Ministerio de Cultura en abril de 2025. Sí, leyeron
bien: casi 30 años de abandono. El sitio se encuentra en estado de extrema
fragilidad según ICOMOS y la UNESCO, y cada temporada de lluvias amenaza con
llevarse pedazos irreemplazables de nuestra historia.
Lo mismo que le pasa a Machu
Picchu
Si creen que esto es un caso
aislado, piensen en Machu Picchu. La joya de la corona peruana, la imagen que
define nuestro país ante el mundo, está envejeciendo prematuramente. A pesar de
recaudar 215 millones de soles al año en derechos de admisión, recibe apenas 7
millones para su mantenimiento. El resto se diluye en otras "necesidades
culturales" mientras la ciudadela se deteriora.
Desde 2020, Machu Picchu ha
dejado de recibir cerca de cinco millones de turistas con respecto a su
tendencia prepandémica. ¿La razón? Gestión caótica, venta desordenada de
boletos, bloqueos constantes por intereses locales, y una infraestructura que
no da abasto. El turista global, con el mundo a su disposición, simplemente
elige otros destinos donde no tenga que lidiar con la impredecibilidad peruana.
Lo
que estamos perdiendo
Pero la tragedia va mucho más
allá de estos dos sitios emblemáticos:
Chan Chan, la ciudad de barro
más grande de América precolombina, es el único sitio peruano en la lista de
patrimonio mundial en peligro de la UNESCO. Sufre invasiones constantes con
maquinaria pesada y construcciones ilegales en zonas que deberían ser intangibles.
Las Líneas de Nazca, esas
figuras milenarias que solo se aprecian desde el cielo, son ahora la zona más
afectada por minería ilegal en todo el país según el Ministerio de Cultura. En
2024, el gobierno redujo el área protegida de 5,633 km² a 3,235 km², permitiendo
actividades extractivas que han dañado irreparablemente el sitio.
Caral, la ciudad más antigua
de América con 5,000 años de antigüedad, enfrenta tráfico ilegal de terrenos.
El precio de la tierra se ha disparado de 6,000 a 38,000 dólares por hectárea.
Su subdirector fue agredido físicamente por traficantes de terrenos. Así
protegemos la cuna de nuestra civilización.
Choquequirao, el otro Machu
Picchu que podría descongestionar el turismo cusqueño, tiene terrenos
protegidos que se venden ilegalmente desde 2020. Chankillo, el observatorio
astronómico más antiguo de América y Patrimonio Mundial desde 2024, tiene una
ocupación ilegal desde 2019 que no ha sido desalojada a pesar de múltiples
denuncias.
Entre 2020 y 2024, más de 60
sitios arqueológicos han reportado vulneraciones. Y esto de un total de más de
27,000 sitios arqueológicos que tiene el Perú. En 2017, 781 expedientes por
afectaciones al patrimonio habían prescrito sin sanción alguna.
Lo
que nos espera a corto plazo
Si seguimos este camino, el
panorama es desolador:
En 5 años, Machu Picchu
podría perder definitivamente su capacidad de competir con otros destinos
mundiales. Los turistas ya están eligiendo Angkor Wat, Petra o las pirámides de
Egipto, donde la experiencia es predecible y bien gestionada.
En una década, sitios como
Chavín podrían sufrir daños irreversibles. Las estructuras de piedra expuestas
a la intemperie sin mantenimiento adecuado simplemente se desmoronan. No
estamos hablando de reparaciones futuras: estamos hablando de pérdida permanente.
La pérdida económica es
inmediata. Cada turista que no viene por la mala gestión de Machu Picchu son
dólares que no entran a Cusco, a los hoteles, a los restaurantes, a las
agencias de viaje. Multiplicado por cinco millones de visitantes perdidos desde
2020, estamos hablando de miles de millones en ingresos evaporados.
La pérdida cultural es
irreparable. Cuando un muro de Chavín cae, cuando una línea de Nazca es
destruida por maquinaria minera, cuando Chan Chan es invadida, no perdemos solo
piedras o líneas en el desierto. Perdemos páginas completas de nuestra historia
que nunca podremos recuperar.
El
patrón de la desidia
En todos estos casos se
repite el mismo esquema criminal:
Recursos que desaparecen: Los
sitios generan ingresos pero no los reciben de vuelta
Planes que no se implementan:
Existen planes maestros, planes de uso público, documentos técnicos elaborados
con la UNESCO. Todos archivados
Intereses particulares que
capturan el espacio público: Mineros ilegales, traficantes de tierras, grupos
locales que bloquean accesos
Impunidad absoluta: Las
sanciones prescriben, los invasores no son desalojados, los agresores quedan
libres
Voluntad política
inexistente: Ningún gobierno hace de esto una prioridad real
La
pregunta incómoda
Cuando un extranjero piensa
en Perú, piensa en Machu Picchu. Cuando un peruano estudia su historia, aprende
de Chavín, Caral, Chan Chan. Pero si ni siquiera somos capaces de cuidar
aquello que nos define como nación, aquello que el mundo nos reconoce, aquello
que nos da identidad... ¿qué dice eso de nosotros?
No faltan recursos. No faltan
planes técnicos. No falta conocimiento experto. Lo único que falta es algo
mucho más básico y devastadoramente ausente: voluntad política para cuidar lo
que somos.
Mientras escribo esto desde
Huaraz, mirando hacia las montañas que custodian Chavín, no puedo evitar pensar
que estamos siendo testigos de la muerte lenta de nuestro patrimonio. Y lo peor
es que esta muerte no es natural, no es inevitable. Es una muerte por
negligencia, por desidia, por la captura total del interés público por parte de
intereses mezquinos y particulares.
El eventual colapso de Machu
Picchu, como advierte un reciente análisis, sería "la joya en la corona de
la desidia en la gestión pública". Pero esa corona ya tiene muchas joyas:
cada sitio abandonado, cada línea de Nazca destruida, cada muro de Chan Chan
invadido, cada piedra de Chavín que cae, es un recordatorio de que el Perú está
dejando morir aquello que lo hace único en el mundo.
La pregunta ya no es si
podemos salvar nuestro patrimonio. La pregunta es si queremos hacerlo. Y hasta
ahora, la respuesta del Estado peruano ha sido un silencio ensordecedor
mientras nuestros templos, ciudades y sitios sagrados se desmoronan ante nuestros
ojos.
¿Cuánto más vamos a esperar?
¿Qué más tiene que colapsar para que alguien actúe?
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